miércoles, 6 de enero de 2016

kirchnerismo: 9 de diciembre del 2015, nuestro 17 de octubre del 1945

Las plazas de nuestra historia: ¿una genealogía posible?

En una reciente asamblea de Carta Abierta se me ocurrió trazar una genealogía que, quizá, lleva en su interior una fuerte dosis de heterodoxia y herejía de acuerdo con ciertos cánones ortodoxos: allí planteé que deberíamos comenzar a interpretar la movilización del 9 de diciembre a Plaza de Mayo, cuando una multitud despidió a Cristina, en relación a otros momentos fundacionales de las grandes tradiciones populares. Dije, si mal no recuerdo, que podíamos remitirnos a dos fechas hondamente cargadas de una profunda simbología entendiendo, por supuesto, las especificidades y las diferencias entre cada una de ellas.


La más obvia era la que relacionaba el acto de cierre de 12 años de gobierno kirchnerista con la Plaza de Mayo del 27 de octubre de 2010 cuando otra multitud se movilizó para expresar su congoja, su dolor y, en una mutación sorprendente, su energía para no sólo reivindicar y resaltar la figura ya histórica de Néstor Kirchner, sino también para convertir en energía y en acción política todo ese dolor al mismo tiempo que se la transmitía a Cristina bajo la forma de un juramento. Aquella Plaza inolvidable constituyó una tremenda manifestación de duelo popular y de emergencia de una nueva y joven generación que sintió que algo difícil de definir y de explicar la había tocado en sus fibras más íntimas impulsándola a la participación política. El kirchnerismo, su nombre, encontró ese 27 de octubre la consolidación de una mística que había comenzado a desplegarse desde los meses calientes del conflicto por la 125 en ese otro año potente y configurador que fue el 2008.

Sin embargo, y acá comienza la zona más resbaladiza y criticada por algunos, la genealogía siguió hasta esa otra movilización, memorable y mítica, que le dio su partida de nacimiento al peronismo, me refiero, y me referí en esa asamblea, al 17 de octubre de 1945. No con la intención de equiparar ambos acontecimientos o de diluir las evidentes diferencias que los separan. Tampoco quise, ni quiero, anticiparme al veredicto de la historia ni jugar a las profecías. No cabe duda de que el 17 de octubre del ’45 constituyó el gran acontecimiento fundacional que le dio su identidad a través del tiempo a esa trama de la subjetividad popular que ha sido y es el peronismo. Su irradiación reescribió la historia del movimiento obrero hacia atrás y hacia adelante y definió, como nunca antes, la disputa en el interior de la sociedad argentina. La dimensión mítica de lo que Scalabrini Ortiz describió de modo inolvidable como “el subsuelo de la patria sublevada” constituye la marca dramática de una tradición que atravesó las últimas siete décadas, con sus luces y sus sombras. Pero también, y eso es necesario pensarlo críticamente, la transfiguración mítica no puede significar que ese acontecimiento funcione como una lápida que impide que la novedad y la continuidad regresen sobre nuestra propia realidad. Como si la descarga del mito cristalizara de una vez y para siempre impidiendo la emergencia de lo nuevo (entendiendo acá lo nuevo no como pura diferencia y ruptura con el origen mítico sino como herencia compleja, crítica y, en parte, reinaugural).

En mi intervención, dominada por la oralidad y la necesidad de dramatizar nuestra actualidad, sus encrucijadas y desafíos, señalé, con cierta vehemencia, que, quizás, el 9 de diciembre constituiría nuestro 17 de octubre, una fecha y un acontecimiento cargados de un espesor simbólico y una potencia político-identitaria que vendría a remover las aguas, algo estancadas, del imaginario popular. No busqué desnutrir el núcleo mítico que el peronismo encuentra en el punto de partida del ’45. Intenté, en todo caso, rescatar la intensidad y la novedad que se expresaron en la despedida a Cristina.

Alguien escribió que el 17/10/45 fue como un casamiento, la fiesta fundacional, el acto desde el cual irradiaría la identidad del peronismo, mientras que el 9/12/15 había sido un velorio, la consumación no apenas de una despedida sino la evidencia de una derrota monumental que exigía de nosotros el atravesamiento del duelo. La genealogía, según este criterio, había que establecerla con las fechas aciagas de nuestra historia (por ejemplo septiembre del ’55 o marzo del ’76). Derrota y duelo, como si de lo que se trató ese miércoles inolvidable no hubiera sido otra cosa que el adiós a un muerto querido, a esos 12 años de kirchnerismo.

Nadie puede anticipar, insisto, el devenir de la historia, no es posible delinear con certeza la continuidad o no de la invención que llamamos “kirchnerismo”. Pero sí es posible, y necesario, analizar el presente, sus líneas de fuga, sus expresiones sorprendentes y sus opacidades. Hubo, quién lo puede negar, una derrota mayúscula del movimiento popular. Por primera vez en nuestra travesía nacional la derecha (nombre que le cabe al macrismo más allá de sus peculiaridades más propias de “una nueva derecha” que expresa el carácter de esta etapa del capitalismo) ganó, con el voto mayoritario, la legitimidad de gobernar por cuatro años el país. Hasta ahora sus intervenciones habían sido a través de golpes militares o parasitando a los partidos de raíz popular. Esto constituye, en sí mismo, una novedad que nos exige revisarla y pensarla. Del mismo modo que también nos obliga a una profunda reflexión autocrítica que nos permita descifrar las complejas causas de la derrota.

Pero existe, y acá quiero detenerme, una esencial diferencia entre aquellas derrotas consumadas a sangre y fuego y a través de intervenciones golpistas directas que les dieron forma a experiencias dictatoriales, que la derrota electoral que llevó a Macri a la presidencia. No solo porque esto sucedió en democracia, cuestión nada menor, sino porque la Plaza del 9 de diciembre constituyó un acontecimiento inédito en nuestra historia (y no sé si existen precedentes en otras latitudes). Una multitud impresionante, abigarrada como pocas veces se ha visto, que desbordó el lugar mítico de las convocatorias populares, vino a testimoniar, con su presencia, no sólo la tristeza por el cierre de una etapa, por los 12 años inolvidables, sino a expresarle de viva voz y reuniendo una gran diversidad social, generacional y de pertenencias y tradiciones políticas a Cristina su profunda correspondencia, ese sentimiento de persistencia y continuidad más allá de las dificultades de un presente cargado de inquietantes amenazas que se van cumpliendo de manera veloz y terrible en detrimento de los intereses de las mayorías populares.

La Plaza del 9 puso en evidencia el núcleo de una trama identitaria que tiene al kirchnerismo y a Cristina en el centro de su representación. Y eso en un tiempo civilizatorio donde parecía que ya no era posible el advenimiento de esa figura que pertenece más a la modernidad que a esta etapa de un capitalismo dominado por la fugacidad, la inmediatez y el relativismo. Ahí radica, me parece, parte de la novedad de ese acontecimiento sobre el que tendremos que seguir pensando, al que deberemos seguir con atención para calibrar hasta qué punto constituye un acto refundacional, una conjura de los incontables que, en el interior de una fuerte derrota política, encontraron la manera de manifestar su persistencia. 

Tal vez un clima que se continuó en las movilizaciones de los días subsiguientes, en encuentros impactantes (como el del domingo 20 en Parque Centenario cuando una convocatoria hecha por los vecinos para que Axel Kicillof explicara las medidas económicas de Macri se convirtió en un encuentro con más de diez mil personas o previamente los dos actos a favor del cumplimiento y la continuidad de la ley de servicios audiovisuales que reunieron a muchísima gente y el domingo 27 cuando más de 15.000 personas se juntaron en Parque Saavedra para participar del programa 6 7 8 junto con Wado de Pedro y Martín Sabbatella), pero también que fue precedida por la conmovedora participación espontanea de miles y miles de hombres y mujeres que se pusieron la campaña del ballottage al hombro cuando sintieron que las dirigencias se retiraban o preferían aceptar un resultado aparentemente irrevocable. Lo que en otro lugar he llamado el “kirchnerismo silvestre” apareció por doquier, en las principales ciudades del país, en los pueblos, en los barrios y de mil maneras distintas buscó revertir lo que aparecía como una derrota inapelable. Ingenio, inventiva e imaginación se mezclaron con el fervor y la pasión militantes. Allí también se expresó esta nueva y para nada cerrada ni definitiva identidad político-cultural que, viniendo en gran medida pero no únicamente del peronismo, se siente nombrada por el kirchnerismo.

Derrota sí, dura y dolorosa en especial por el terrible daño que les causará a los más débiles. Imprescindible, por lo tanto, analizar sus motivos, las responsabilidades que llevaron, primero a perder la provincia de Buenos Aires y, luego, el país. Pero, también, inquietante y novedosa realidad de un movimiento político que produce un hecho inédito y que irradia, en las mil derivaciones de esa multitud del 9/12, la potencialidad de una oposición dispuesta a no hacerle las cosas fáciles a la derecha; dispuesta a organizarse, a recuperar la iniciativa y a reinventarse para preparar el regreso. Claro que sabiendo que la situación es muy difícil y compleja, que ellos, la derecha, tienen la iniciativa y que son y serán implacables a la hora de revertir las grandes conquistas de estos años. Y que, en no menor medida, hay que revisar las prácticas organizativas que han fallado o que ya no responden a la nueva realidad y a las demandas de ese “kirchnerismo silvestre” que busca participar de diferentes maneras y que necesita construir la unidad del peronismo y de las otras fuerzas apelando a la memoria de las convergencias en frentes democráticos y populares. De una actualidad insólita que fue testigo de una despedida multitudinaria impensable de quien constituye, no tengo dudas de eso, el centro neurálgico de la conducción política del peronismo-kirchnerismo (serán los próximos años los que le darán todo su espesor y significación a esta nominación y a su guión que une rompiendo jerarquías estancas).


Estas líneas fueron escritas para explicar y explicarme mejor el o los sentidos de esta genealogía que intenté establecer entre acontecimientos y multitudes de diferentes épocas de nuestra historia tumultuosa. Una fecha y una movilización se vuelven míticas no por decreto sino en la medida en que la memoria popular le dé ese lugar irrepetible. Lo por venir, aquello que se desplegará en los próximos meses y años argentinos, dirá si se trató, como algunos creen, de un sepelio y de una derrota furibunda, o si constituyó el comienzo de una nueva etapa escrita por un pueblo que transformará en potencia política reinstituyente la memoria de estos 12 años que confluyó, de un modo impresionante, en la figura de Cristina hablándole a la multitud desde un pequeño escenario flotante como si ella hubiera, en ese instante único, sido acunada por ese mar de cuerpos y brazos que le manifestaron toda su tristeza y toda su energía. Como siempre, nada está garantizado ni la historia sigue caminos previamente establecidos por los dueños de todas las certezas. Quizá, lo veremos, la Plaza del 9 de diciembre será leída, por las generaciones venideras, como nuestro 17 de octubre. 



Por: Ricardo Forster - veintitres.com.ar
Imegenes: Web
Arreglos: RepublicaK

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